Reseña sobre la obra presentada en la exposición «Escultura en Gran Formato»
La cerámica nace al arte y a la humanidad como escultura. Como objeto y vasija. Pequeños torsos que parecen haber sido prefigurados con un dulce apretón de mano. Figuras íntimas y sagradas. Obsequios amorosos u ofrendas a la diosa madre tierra. Cualquiera que haya sido su técnica de construcción o su destino, la escultura en cerámica se abrió paso en la historia, las costumbres, el arte y la religión de los pueblos todos que han sido.
Por otra parte el concepto «escultura» ha mudado su contenido en las últimas décadas, haciendo cada vez más difícil asociar el concepto con el objeto que correctamente se relacione. Si a esto aunamos que el proceso del «concepto» ha adquirido tanto valor y peso como el objeto mismo, es decir, con la forma que lo prefigura; pudiéramos estar hablando de un neoconceptismo ultra barroco del sigo 21.
Si a la idea «escultura en cerámica» la calificamos como «de gran formato», nos encontramos con una forma estética poco abordada por la dificultad técnica a la que se enfrenta, además de no tener un paradigma que nos señale certeramente a que dimensiones en centímetros equivale dicho formato. En este punto cada ceramista hecho mano de sus conocimientos, habilidades y en algunos casos de sus ocurrencias, para librar el escoyo que el tamaño de la pieza y la capacidad del horno presentaban. Las soluciones fueron acertadas, correctas y otras…afortunadas. El desfile de las técnicas de construcción, acabados y presentaciones finales llenaron el renglón del canon cerámico establecido, con la salvedad de una electrostática intromisión.
Las 16 esculturas de la muestra se repartieron por mitad la representación de la figuración y la no figuración. Conceptualmente se tocaron las cuatro esquinas y los dos extremos, y por que no, se inventaron uno o dos más:
«La gracia de sentir» de Lissi Galán, optimismo ingenuo, suavemente infantil, radiante de color y alegría; tal vez algo kitsch y de urbano folclor.
Tres geometrías; «Liberalismo» de Beatrice von Lösecke, monolito primigenio, sólido, contundente, minimalista y monocromo. «De la mano hacia arriba» de Cristina Castaño, geometría estática como una anticipación del paralizado movimiento. «Sin Título» de la serie Collares 1 de Elisa Pasquel, geometría orgánico/deslizante que atrapa en sus sinuosidades una miríada de círculos que reproducen las pseudo esferas que los contienen.
«¡Me pongo colorada cuando me miras!» de Leticia Ruvalcaba. Estructura múltiple que através de la acumulación de representaciones semejantes contextualiza, con humor, el hecho social de ser diferente.
«Miradas fragmentadas» de Paola Canzio. Ensamble estructural constructivista que con ojos almendrados nos muestra parcialidades subjetivas de nuestras miradas múltiples.
Objetos descontextualizados; «Tótem» de José Luis Torres, un cambio radical en materiales y construcción, de la madera a la cerámica, de lo tribal a lo urbano, conserva la historia pero no el sentido y finalidad de la misma. «Mujer de tierra» de Ricardo Escobedo, un fetiche de madera y de pequeño formato se transforma es una denuncia al cambiar en su contraria motivación.
Figuración humana; «Voces» de Martha de la Fuente, la multitud anónima levanta una columna de gritos, de reclamos y suplicas. «Black on White» de Cecilia Rangel, se presenta como una Venus truncada, como experiencia visual masiva de formas eróticamente impasibles. Dos figuraciones simbólico/surrealistas «El árbol y la mujer que quería volar» de Rosa Mendvil, melancolía en azul y metal, transfiguración atrapada en un pesado cuero de mujer y ave, frágil recuerdo de una estancia terrenal; y «Madre Tierra» de Patricia Correa, el árbol, la mujer y la Luna, lo mutable por encima y en dominación constante sobre la perene permanencia. «El Güerote y su Güerita» de Yolanda Garza, el humor, la gracia y el colorido, la transpolación de conceptos y el juego de contrarios, masculino/femenino, ironía desbordada o solapada realidad.
Formas enmascaradas; «Regocijo de vida», de Felizitas Wermes, raíces aéreas, externas, plenas que desbordan la tierra y reverdecen el aire, raíces del cielo. «Sin Título» de Rosa María de Póo, sinuosas formas, formas blandas, contenedor cerrado que anticipa el agua que al caer rompe el límite de la forma misma. «Anatomía alternativa» de Gerardo Azcúnaga, volcar el interior al exterior, reconformar la idea de la lisura, la masa que se funde en gravedad y se sostiene de la ilusión de ser la verdadera.